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Sobre las tiendas de campaña de playa

Quería compartir con vosotros mi experiencia con las tiendas para la playa de Decathlon.

Como buen pater familias, para mis niñas lo mejor... Así que fui al Decathlon a comprar la tienda de playa más grande que tuvieran. No sé si las conocéis, ocupan nada y cuando se despliegan cabe la legión completa, cabra incluida.

Pues eso, llegada a la playa, con los bártulos, TODOS los bártulos. Que no sé si vamos a la playa o de mudanza, pero bueno.

Abro la funda, quito la cinta que sujeta la tienda y... Dicen las instrucciones que se abre en dos segundos, yo creo que no, que alcanza velocidades relativistas. De hecho los dentistas están encantados, más de uno fijo que se ha dejado los dientes con un golpe de la tienda esa.

Ale, abierta y en la playa un viento que te cagas, y la tienda que todavía no le he puesto las piquetas, y que empieza a hacer vela, y se levanta, y yo me empiezo a cagar en el Decathlon, en la tienda, en el amigo que me la recomendó... Total, que le digo a Carlota que meta todos los bultos que pueda dentro, que no soy capaz de controlar al leviatán. Media playa mirando al madrileño blanquito a ver cómo la lía.

Qué por cierto, si alguna vez tengo un barco ni velas ni leches, dos tiendas de esas delante y cruzo el cabo de hornos.

Bueno, piquetas puestas y piquetas que no valen ni para tomar por culo. La tienda que amenaza despegue, yo que no sé si tengo permiso para volar tiendas y que no estoy muy seguro que a Liya, que está dentro le guste la experiencia.

Al final se controla la cosa, el truco está en poner algo de mucho peso dentro pero en la parte e atrás. Creo que me voy a comprar un bloque de cemento o algo.

Del rato de playa y rebozado de niñas en arena os cuento otro día... Pero llega el momento dramático.

DRA-MA-TI-CO

Hay que irse.

Y cerrar la tienda.

Qué no sé si lo habéis visto hacer.

Es como el cubo de Rubik en versión gigante.

Qué si un giro por aquí, que si una vuelta por allá...

Una vez.

Dos veces.

A la quinta estoy convencido que toda la playa me mira.

A la séptima quiero llorar.

A la décima me pregunto si puedo abandonarla allí y que le den por culo a la tienda, a la playa y a su puta madre.

Y donde está el ejército en esos momentos de necesidad?

Al final, intento poner fin al espectáculo. Porque entre otras cosas me da miedo que alguno de los aros que lleva se dispare y me atraviese la femoral.

Que sería una muerte de lo más chusca y le quitaría protagonismo en el telediario a la pandemia.

Así que hago un burruño como puedo, y me voy con aquello bajo el brazo, que entre lo grande y lo plateado, parezco uno de los de Locomía venido a menos.

Ya en el aparcamiento, más tranquilo y sin llorar, consigo doblar aquello a un tamaño que quepa en el coche y no tenga que llevarlo atado al techo.

Por tanto: si os compráis una tienda de esas que sepáis que es estáis recorriendo un camino de los que pocos han vuelto